Del Papa a la lideresa

Inevitablemente, muchos españoles hemos hecho nuestra propia lectura de la renuncia de Benedicto XVI. Por pequeña que sea, es la nuestra. Hasta el Papa se va, renunciando al trono de Dios, mientras que aquí no renuncia ni el ídem. Joseph Ratzinger dejará de ser llamado Santidad para convertirse en un obispo sin sede entre las paredes de un monasterio de clausura. Una vez elegido su sucesor por parte del cónclave, el hombre se dedicará a la oración y a la vida contemplativa. Todo un modelo de renuncia al poder terrenal. Su ejemplo es justamente el contrario de lo que se da por aquí. Nuestros grandes líderes y lideresas casi nunca renuncian, ni se retiran, ni dejan de dar la lata a sus sucesores. Podíamos hablar largo y tendido de Felipe González -que es el que sigue mandando en el PSOE sosteniendo emocionalmente a Rubalcaba- o de José María Aznar, que no se dedica precisamente a la vida contemplativa. Hay un ejemplo de mucha más actualidad en estos días: Esperanza Aguirre.

La ex presidenta de la Comunidad de Madrid hizo como que dejaba la sede vacante en manos de Ignacio González, pero de eso nada. Fueron muchos los que no creyeron que Aguirre se retiraba. Otros pocos, sin embargo, sí la creímos. Nadie se la imaginaba en un convento de clausura renunciando a participar en la elección de su sucesor, como hará Ratzinger. Pero su apelación a la familia nos hizo pensar que, efectivamente, quería dedicar más tiempo a los suyos. Estábamos equivocados. Desde que se retiró no para de hablar, salir, entrar, declarar, enredar. A estas alturas, es un misterio por qué dejó la Presidencia de la Comunidad si lo que quería era seguir marcando la pauta de la política madrileña, aunque sea refugiada en el PP de Madrid. Partido que, por cierto, a partir de ahora efectuará sus sesiones de terapia delante de las cámaras. Mayor transparencia no cabe. Se levantará Ana Botella en la reunión del Comité Ejecutivo y le dirá sinceramente a la presidenta lo que opina mirando directamente a cámara. Y después Ignacio González, fijando los ojos en otra cámara, le pedirá que no le haga más favores porque le quiere mucho, pero nadie lo diría. El presidente -¿lo es?- está acogotado bajo la gigantesca sombra política, mediática y social que proyecta Esperanza Aguirre. Entre sus actos oficiales y unas buenas declaraciones de Esperanza sobre la regeneración política no hay color.

El PP atraviesa una época convulsa, alterada, incierta y difícil. Los ciudadanos le están dando la espalda. La mancha negra de la corrupción ha vuelto a sacar del armario las conspiraciones, las ambiciones latentes, los resentimientos no superados, los orgullos heridos no curados. Esperanza no quería faltar en tiempos revueltos. Lo que no acaba de estar claro es a dónde se encamina exactamente la presidenta del PP de Madrid. Su tiempo pasó casi sin llegar, puesto que no se atrevió a plantear una alternativa al liderazgo de Mariano Rajoy en el Congreso de Valencia de 2008. Ahora ya es más tarde que nunca. Con resolver el lío que tiene organizado en Madrid tiene bastante. Por eso la explicación más lógica es que sólo pretenda tocarle las narices a Rajoy. Como un fin en sí mismo.